Las peticiones de ayuda en todo el mundo no paran de crecer y se cuentan por millones las familias que necesitan apoyo urgente para poder salir adelante.
Nos decía un día un sacerdote iraquí amigo nuestro: “Cuando tuvimos que huir por la persecución, construí un dispensario médico para atender a los enfermos y heridos. No tenía prácticamente medicamentos, y les atendíamos en una tienda muy rudimentaria. Al día venían 700 enfermos. […] Al cabo de un tiempo nos dimos cuenta de que si el dispensario médico seguía en pie era por voluntad de Dios. Nosotros no teníamos nada, pero cada día atendíamos a 700 personas. Y cuando uno no tiene nada, pero puede atender y dar medicinas a tanta gente, descubre que eso es un milagro del Señor”.
Algo parecido estamos viviendo en el resto del mundo con las crisis del COVID-19. La Iglesia tiene muy claro el mensaje del Evangelio: “Os aseguro que todo lo que hayáis hecho en favor del más pequeño de mis hermanos, a mí me lo habéis hecho”. Pero a veces todas las fuerzas, generosidad, recursos y tiempo para que ninguno de los preferidos del Señor se quede desatendido no son suficientes. Hay veces que humanamente es imposible atender a tantísima gente.
Y por eso es un milagro ver cómo se está multiplicando la ayuda a las familias en todo el mundo. El Señor está repitiendo nuevamente el milagro de los panes y los peces.
Sin ir más lejos, Cáritas Barcelona ha pasado de atender 1.500 familias en abril de 2019 a 3.000 en abril de 2020. "Si la curva de contagios del coronavirus está decreciendo, la curva de personas que está pidiendo ayuda está aumentando", ha dicho Busquets, director de Cáritas Barcelona.
Qué bonito ver cómo el Señor está acompañando, a través de la Iglesia, a tantas personas que sufren en este mundo. Qué bonito ver cómo la Iglesia es fiel reflejo del Amor de Dios a los hombres. Y qué bonito también ver cómo el Señor sigue haciendo milagros hoy en día.